Una
cosa es que el PSOE vaya a permitir que Rajoy siga siendo presidente
del Gobierno y otra muy diferente que en el transcurso del tortuoso
camino que le ha tocado andar en las últimas semanas pierda una parte
fundamental de su esencia como partido de izquierdas.
De
la esencia de las derechas, por el contrario, emana el propósito de
sacar tajada de la situación. Y una de tantas maneras es tratar de
confundir a militantes y simpatizantes del PSOE en estos momentos de
incertidumbre y volatilidad de ideas. En eso consiste, en mi opinión, el
artículo publicado el fin de semana en La Razón por el historiador Jorge Vilches con el título "¿Por qué la izquierda está obsesionada con Franco?".
Opina el autor que "el derribo y vejación de la estatua del dictador
exhibida en Barcelona muestra que la nueva izquierda traiciona los
esfuerzos por la reconciliación, ‘sin vencedores ni vencidos’, que
realizaron comunistas y socialistas junto con notables falangistas a
espaldas de Franco para preparar la democracia".
Sin pretender
justificar actos de vandalismo de ningún tipo, incluso contra la efigie
sin cabeza del dictador que tanto daño hizo a España, la única respuesta
posible a esa pregunta es que todavía persisten unos cuantos motivos,
muy bien fundamentados, para que la izquierda siga obsesionada con
Franco, es decir, para seguir siendo antifranquista.
1. Porque los herederos del franquismo son los artífices de la corrupción.Lo dijo el hispanista británico Paul Preston al presentar hace un año la última reedición de su biografía de Franco: durante el franquismo se afianzó la idea de que "el servicio público no era para el beneficio público, sino para el privado, y esos hábitos en mucha gente en los primeros años de la Transición fueron difíciles de cambiar". Franco y su esposa, dice Preston, pensaban que el país les debía una deuda de gratitud por haberlo salvado del bolchevismo y, como recientemente ha comprobado el historiador Ángel Viñas, utilizaban el Patrimonio Nacional como si fuera suyo. Según Viñas, "Franco entró en la guerra sin un duro y salió con 388 millones de euros". Como está demostrando estos días el juicio de la trama Gürtel, algunos siguieron desarrollando esa vieja costumbre hasta bien entrado el siglo XXI.
2. Porque muchos se empeñan en mantenerle vivo 41 años después de su muerte.
No solo porque en muchas localidades españolas se
mantienen calles y plazas dedicadas a algunos de los héroes más
sanguinarios de la Guerra Civil en abierta, flagrante y enconada
violación de la Ley de Memoria Histórica, sino también porque, como
recordaba el periodista Carlos Hernández recientemente en Eldiario.es al
comparar la situación de nuestro país con la supresión de símbolos
nazis en Alemania y Austria, en España "la cuenta no se pondrá a cero
hasta que nuestro Hitler particular, que lo tuvimos, sea sacado de la
faraónica tumba en la que reposa desde 1975. España no podrá mirar
serenamente hacia su pasado más reciente hasta que no lo interiorice con
todas las consecuencias, como hicieron las naciones que formaron parte
del Reich".
García Lorca es el más famoso, pero no el único. España es el segundo país del mundo con un mayor número de ejecutados después de Camboya y, a pesar de ello, unos cien mil españoles continúan desaparecidos en más de 2.000 fosas comunes de las que solo se han abierto tres centenares. Los familiares de esas víctimas, con un sentido de la dignidad fuera de lo común y sin el menor atisbo de revanchismo, lo único que desean es poder enterrar decentemente a sus allegados. Entre los pocos que lo han conseguido está Asunción Mendieta que, a los 90 años, ha podido recuperar los restos de su padre después de viajar a Argentina para que el exhorto de una jueza de ese país posibilitara la apertura de la fosa en la que había sido enterrado en la provincia de Guadalajara en 1939.3. Porque miles de españoles continúan enterrados en fosas comunes y cunetas.
4. Porque Franco retrasó la marcha de la guerra para "limpiar España de indeseables".
Eliminar a los que no pensaban como ellos fue el
objetivo de la "cruzada" y como recuerda Paul Preston los enemigos de
los golpistas fueron "los maestros de escuela, los masones, los
médicos, los abogados liberales, los intelectuales, los líderes de los
sindicatos, es decir, los posibles diseminadores de las ideas". Los
pocos que quedaron, y los que continuaron siendo como ellos y se
reorganizaron, sufrieron en carne propia el rigor y la crueldad de la
dictadura.
5. Porque ser antifranquista no significa ser terrorista.
Así es como nos califica Vilches al afirmar que
el vandalismo contra la estatua de Franco es "la manifestación de una de
las señas de identidad emotiva del populismo socialista y del
independentismo izquierdista, herederos del relato revolucionario y
terrorista de la década de 1970". Y él mismo se contradice, porque en su
artículo evoca precisamente los momentos en los que la izquierda, en
pleno franquismo y mientras sufría sus consecuencias con penas de
cárcel, "no estaba animada por el deseo de vengarse de Franco y sus
seguidores" sino por la superación del "fracaso colectivo" de la
política española desde finales del siglo XIX. La aparición en los años
70 de varios grupos terroristas no tiene nada que ver con esa otra
izquierda que hacía tremendos esfuerzos para diferenciarse de quienes
eligieron la violencia como forma de respuesta.
Autor: Jesús Martín
Fuente: elplural.com
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