El lunes pasado el rey Felipe VI, nuestro jefe de Estado, se subió al
podium de la Organización de Naciones Unidas, la organización
internacional más importante del mundo y delante de 80 jefes de Estado y
representantes de 190 naciones afirmó, en nombre de nuestro país y de
todas las españolas y españoles: “Estamos aquí para comprometernos, en
nombre de nuestros pueblos, a transformar el mundo”. Aseguró que España
era un país generoso y solidario, de acogida, y que cumplimos nuestros
compromisos internacionales en la ayuda y la integración de los
refugiados y perseguidos por las guerras.
Y en este nuestro país, de todas las españolas y españoles, nadie más que Gonzalo Segura, el heroico teniente que en Público
se atreve a expresar las críticas que los comentaristas de medios
oficiales silencian, aherrojados por su servilismo al poder, escribió un
artículo contra semejantes declaraciones.
En este nuestro país, donde no se han acogido más que 480 refugiados
de los 17.000 que los dirigentes de esa organización llamada Unión
Europea nos habían adjudicado, como si fueran mercancías, del millón de
desgraciados, sobre todo desgraciadas, que se agolpan a las puertas de
este continente egoísta que se comporta como las mafias criminales más
crueles.
En esta España, cuyos gobiernos no han otorgado el asilo más que al
4% de los que lo solicitaron: disidentes políticos, homosexuales,
mujeres, perseguidas por su condición. Pese a las pretensiones iniciales
del Ministerio del Interior, España sigue estando a la cola de Europa
en la recepción de los cientos de miles de refugiados que siguen
esperando en los campos de Italia, Grecia, Turquía y Líbano. Cuando los
refugiados llegan a España a pedir asilo pasan por una “evaluación y
diagnóstico” en la que se analiza cada caso. Tanto los reubicados desde
Grecia e Italia como los reasentados desde Líbano y Turquía son
evaluados directamente en estos países, por lo que cuando llegan a
España comienzan “la primera fase de acogida temporal, que dura seis
meses, aunque en algunos casos de especial vulnerabilidad se puede
ampliar a nueve”, explica José Javier Sánchez, subdirector de
Migraciones de Cruz Roja Española.
Los refugiados llegados en estos últimos meses se encuentran en esta
fase, diseminados por todo el país (Madrid, Barcelona, Sevilla,
Zaragoza, Bilbao…), alojados en centros o pisos de acogida gestionados
por Cruz Roja, CEAR o ACCEM, en coordinación con los Ministerios de
Interior y Trabajo. Durante ese medio año inicial tienen cubierta la
manutención y el alojamiento y reciben apoyo psicológico, asesoría
legal, clases de español y los menores son escolarizados. Después, pasan
a la llamada etapa de “integración”, otros seis meses con ayudas para
pagar el alquiler y cubrir necesidades básicas, aparte de clases de
idioma y “conocimiento del entorno”. La finalidad es que sean autónomos
en el tiempo récord de algo más de un año. ¿Y después qué, en este país
donde hay dos millones de parados de larga duración que pueden alcanzar
hasta cuatro años sin encontrar un empleo? Después irán a engrosar las
largas filas de mendigos que sobreviven en las calles.
España, en realidad, se ha especializado en escaquearse de acoger
refugiados. España ha construido en Melilla la primera barrera europea
para impedir el paso a los que huyen de las guerras y las hambrunas
africanas. La barrera física que separa España de Marruecos es un grupo
de vallas de distintas características a lo largo del todo el perímetro
(11,5 km). La primera, de tres metros de altura, comenzó a levantarse en
1998 y después ha sido sustituida o completada por otras hasta hoy,
donde en algunos tramos del territorio español hay complejos de tres
vallas. Vallas a las que se les ha integrado lo que llaman “concertinas”
para no decir llanamente que son cuchillos con los que emigrantes se
hieren el cuerpo y las manos y se desgarran las ropas.
Pero antes hay un historial. Marruecos y Argelia, por ejemplo, ya le
hacen parte del trabajo impidiendo que los sirios, y los demás, lleguen a
Melilla. “Amnistía Internacional ya ha denunciado la falta de control
de lo que ocurre en terceros países. No hay ningún interés en acoger
refugiados. “Tienes familias que llegan a Melilla divididas, niños que entran solos, un desastre total”,
lamenta Virginia Álvarez, responsable de Política Interior de esta
organización. Se han legalizado las llamadas “devoluciones en caliente”,
es decir que apenas caen en territorio español la policía los levanta y
los tira al otro lado. Supongo que los cadáveres también estarán
todavía calientes cuando hayan caído al otro lado de la valla. También
se les ahoga en el mar disparándoles balas de goma. Los Gobiernos
españoles de todo signo han usado armas silenciosas para eludir su
responsabilidad. Como denunció la Comisión Española de Ayuda al
Refugiado (CEAR), a los pocos meses de estallar la guerra en Siria
y ante los primeros casos de familias de este país que llegaban al
aeropuerto de Madrid en tránsito y pedían allí asilo, se introdujo
rápidamente la exigencia de visado. Para que no llegaran.
Y cuando llegan se les interna en los CIEs, esos modernos campos de
concentración legalizados por la muy democrática Europa, donde hombres y
mujeres, hacinados, en pésimas condiciones higiénicas, sin posibilidad
de tener asistencia jurídica ni entrevistarse con sus familiares y
allegados, aprenden revivir el nazismo. Es mucho mejor ser encarcelado.
Se ha difundido ya por los medios de comunicación europeos que España
es el país de este continente
que menos peticiones de asilo ha
concedido, que no llega al 5% los refugiados que ha acogido de ese
mezquino cupo que le han asignado, y sin embargo nuestro rey, nuestro
Jefe de Estado ha tenido el valor de subirse al podium de la ONU para
presumir de nuestra generosidad y solidaridad. Como además no se le
piden responsabilidades por ningún acto, este rey impune no puede ser
nuestro representante internacional.
Sorprende que tal discurso no haya tenido una respuesta adecuada ni
siquiera en las páginas web fuera del circuito de los grandes medios de
comunicación. Es el momento de que el movimiento republicano aflore de
sus cuarteles de invierno y lidere la exigencia de se proclame la III
República y se acabe con una Monarquía que sólo nos avergüenza. Sólo un o
una Presidente de la República que cumpla el mandato del pueblo puede
representarnos con dignidad.
Lidia Falcón: Público.es - Blogs
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