HOMENAJE A LOS ÚLTIMOS FUSILADOS DEL FRANQUISMO

Los últimos años del dictador no fueron una agonía blanda, ni años de apertura. Fueron una época de terror y feroz represión. El aparato de Estado cargó sus armas, y las usó: murieron manifestantes por pedir agua o salarios, se decretaron estados de sitio, el garrote vil volvió a escena, hubo miles de detenidos, los torturadores eran reputados héroes del régimen, solo es necesario consultar e interpretar la hemeroteca de la prensa internacional. El final del régimen era igual que su inicio, las cárceles llenas de presos políticos y los asesinatos un rosario interminable. Hace falta rescatar la memoria de aquel tiempo para tratarlo con justicia, y más todavía, si cabe, esos años setenta, víctimas de una constante, planificada y edulcorada falsificación histórica.

Luchar contra la dictadura franquista era mirar de cara a la muerte, ninguna libertad ni garantía democrática protegía a los que se enfrentaban a ella. Y fueron los más jóvenes los que encabezaron esos años la lucha por las libertades democráticas, de entre los cientos de detenidos que se produjeron en aquel 1975, fueron procesados en Consejos de Guerra sumarísimos una serie de jóvenes de entre 20 y 30 años, esas edades dicen mucho: hablan de una juventud que no estaba dispuesta a vivir bajo el aire irrespirable de la dictadura. Una generación que, a mediados de los años sesenta, recogió el testigo de la lucha por la libertad.

De entre todos los procesados, cinco jóvenes fueron condenados a muerte: Xosé Humberto Baena Alonso, José Luis Sánchez-Bravo Solla, Ramón García Sanz, Ángel Otaegui y Juan Paredes Manot “Txiki”. Pese a ello, no quisieron rendirse. Por eso pudo Xosé Humberto Baena comenzar su carta de despedida con una serenidad escalofriante: “Papa, mama: me ejecutarán mañana…”, o pudo Juan Paredes Manot “Txiki”, dedicar a sus hermanos pequeños, en el reverso de una fotografía, las palabras del Che que figuran en su epitafio: “mañana cuando yo muera, no me vengáis a llorar. Nunca estaré bajo tierra, soy viento de libertad”.

Hace falta rescatar la memoria de aquel tiempo para satisfacer una justicia que, cuarenta años después, aún espera. El mundo condenó a Franco. Pero aún aquellas condenas ilegítimas no han sido revisadas ni anuladas, ni quienes las firmaron, en nombre de un régimen sangriento, han respondido de ello. Como de tantas otras cosas. La fecha del 27 de septiembre de 1975 y aquellos cinco jóvenes asesinados representan a todos los luchadores de la última etapa del franquismo, muchos afortunadamente vivos aún, que han abierto paso a las libertades en nuestro país pagando, a veces, un precio muy alto por ello. Aquel 27 de septiembre, Franco selló su final, aislado y esperpéntico.

La falta de justicia en el estado español hace que de aquellos asesinatos sigan existiendo dos versiones: una que legitima las condenas, basadas en declaraciones obtenidas mediante torturas, e impuestas sin la más mínima garantía jurídica, saltándose, incluso, la legislación brutal y fascista elaborada ad hoc por el régimen. La otra es la que dio el mundo entero. En Europa se produjo la mayor movilización desde la II Guerra Mundial. Las protestas contra la barbarie franquista, contra las penas de muerte y a favor de la democratización fueron encabezadas por presidentes de gobiernos, primeros ministros, intelectuales… hasta el papa Pablo VI.

Extracto del comunicado de la Plataforma “Al Alba” leído el año pasado.
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40 años de los últimos fusilamientos del franquismo

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