 Ahora que ha pasado la algarabía de los premios Princesa y 
Oviedo vuelve a ser una ciudad pequeña del norte, ahora que han pasado 
la estrafalaria fiesta de la hispanidad y sus rozaduras, podemos hablar 
de los reyes y reinas y príncipes sin producir quizá tanta reacción 
histérica. Premios aparte, en este país el papel de la monarquía ha sido
 demasiado a menudo lamentable.
Ahora que ha pasado la algarabía de los premios Princesa y 
Oviedo vuelve a ser una ciudad pequeña del norte, ahora que han pasado 
la estrafalaria fiesta de la hispanidad y sus rozaduras, podemos hablar 
de los reyes y reinas y príncipes sin producir quizá tanta reacción 
histérica. Premios aparte, en este país el papel de la monarquía ha sido
 demasiado a menudo lamentable.
Hace poco me llamó la atención una noticia y una foto 
rescatada de la hemeroteca: en la imagen se veía al ahora rey jubilado, 
Juan Carlos, cuando llevaba apenas tres años en el trono junto a uno de 
los personajes más lamentables de la historia hispanoamericana: Jorge 
Videla. El dictador argentino también estaba casi de estreno; hacía dos 
años que había tomado el poder por la fuerza. La fotografía muestra en 
el centro a Juan Carlos y Videla caminando por el aeropuerto de Buenos 
Aires, supongo que Ezeiza, con un avión al fondo. A la izquierda, una 
joven Sofía se alisa el pelo con la mano y a la derecha la esposa de la 
muerte, creo, Alicia Hartrigde. Videla, flaco y bigotudo, ataviado con 
uniforme blanco de teniente general, sonríe y comenta alguna gracieta 
con el rey español. Era 26 de noviembre, frío otoño en Madrid y 
primavera en Buenos Aires, así que nadie lleva abrigo.
La fecha es importante: dicen varios medios y jueces 
argentinos que en esos mismos días que el rey español estuvo en 
Argentina está documentada la desaparición de al menos diez personas a 
manos de los secuaces asesinos y torturadores de Videla. Se ofrecieron 
agasajos, convites y parrilladas a los monarcas, pero a escasos 15 
kilómetros de la Casa Rosada, en la Escuela de Mecánica de la Armada, la
 chacinería tampoco paraba. Unas 5.000 personas llegaron y no volvieron 
de ese centro de tortura y exterminio, hoy reconvertido en museo.
Lo peor es que hay constancia de que tanto el gobierno de 
Suárez con UCD como el rey sabían lo que estaba ocurriendo en Argentina.
 Así lo acreditan docenas de cartas que la Casa Real recibió antes de la
 visita, en la que familiares de españoles desaparecidos apelaban a la 
ayuda de Juan Carlos, que por supuesto jamás contestó. Los documentos 
están publicados y se pueden encontrar en una simple búsqueda en 
internet.
También lo sabía la oposición en España y así lo denunció, y
 los medios de comunicación no afines al franquismo lo reflejaron y 
condenaron en sus editoriales. Tal vez Juan Carlos no leía los diarios. 
En cualquier caso, de nada sirvió. Él volvió sin decir ni pío de su gira
 de cuatro días y Videla se puso a lo suyo, con el apoyo económico de 
jugosos créditos y tratados comerciales con España en el bolsillo. Y lo 
suyo fue bastante siniestro, como reconocen todas las personas decentes.
Así que baste ese único ejemplo, que docenas más, para mostrarles a los tontos útiles que se definen con el pueril término de juancarlistas,
 a los indocumentados que defienden una monarquía que siempre lastró más
 que ayudó a este país, a los nostálgicos de las cadenas,  cómo no hay 
nada que defender. Todos tenemos otras cosas más importantes en las que 
pensar.   
Autor: 
Fuente: lavozdeasturias.es
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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