Mientras continúa el proceso catalán de desconexión independentista, en un año muy empantanado para la gobernabilidad de España, la izquierdista Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, ha programado una exposición polémica e impopular, en el Centro de Cultura y Memoria del Borne, llamada “Franco, Victòria, República. Impunitat i Espai Urbà”. Dicho centro se sitúa en un espacio cargado de reivindicación catalanista y ha albergado desde su apertura muestras relativas a la represión sufrida por las instituciones históricas catalanas desde aquel fatídico 1714 en que el tan odiado Felipe V entraba en Barcelona.
El propósito de la muestra es señalar la impunidad de una cantidad considerable de símbolos franquistas que aún continúan en calles de España.
La controversia empezó cuando se supo que durante la
exposición se iba a colocar en la calle, frente a la puerta de entrada,
la estatua ecuestre de Franco esculpida durante la dictadura por Josep
Viladomat, aunque sin cabeza, porque fue decapitada en algún momento
indeterminado durante los años que ha pasado en el almacén municipal.
Los grupos independentistas en el Ayuntamiento arremetieron con dureza
contra el gobierno Colau de Barcelona en Comú, porque veían un error
cualquier exhibición de símbolos fascistas, bajo ningún pretexto o
forma.

¿Cuál
puede haber sido el propósito del gobierno de Barcelona en Comú?
¿Solamente lucir una malsana crueldad pedagógica para concienciar a la
ciudadanía de la impunidad y banalización de los símbolos franquistas?
Sin necesidad de penetrar en las bambalinas de esta decisión, considerando simplemente el espectáculo propiciado y el resultado más que previsible, no parece descabellado suponer que lo que ha pretendido Colau y su equipo ha sido favorecer una especie de popular damnatio memoriae de Francisco Franco al estilo de la que sufrieron en su tiempo emperadores considerados nefastos por el pueblo y el senado romano, tras su muerte. Ese fue el caso de Domiciano, cuyas estatuas y efigies fueron destruidas. De hecho, el cadáver de Mussolini padeció el ultraje público, mientras que Hitler fue quemado por las tropas soviéticas. Franco, como reza el adagio, murió en la cama y su tumba sigue intacta en el Valle de los Caídos.
El efecto buscado por Colau puede haber sido, quizá, una provisoria catarsis ideológica del resentimiento antifranquista entre demócratas y catalanistas, la cual sería -paradójicamente- loable, porque a su modo puede ayudar a calmar los ánimos en tiempos turbulentos.
Autor: Daniel Buzón
Fuente: Rebelion.org
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