Emilio Silva / 16-01-2017
Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica
www.memoriahistorica.org
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“Cuando comenzaron las revueltas árabes en Túnez y en Egipto, mi hijo abrió un blog en el que traducía informaciones de lo que estaba ocurriendo en otros países y a la vez reclamaba más libertad en el nuestro, exigía verdadera elecciones democráticas, igualdad de derechos para hombres y mujeres y respeto a todos los derechos humanos”.
El canal de televisión interrumpe el reportaje anunciando que continuará para que la superfamosa presentadora comente ante sus tertulianos que el testimonio es estremecedor y que es tremendamente injusto que un país, que recibe el apoyo de ciertos sectores políticos, practique violaciones sistemáticas de los derechos humanos.
Cambias de canal a otro magazine matinal de máxima audiencia y están hablando del mismo país, de la detención de opositores, de la restricción de libertades y de que ya es hora de que algún ex presidente del Gobierno intervenga para poner la atención internacional al servicio de las libertades.
Durante días iremos viendo relatos y relatos de la injusticia social, de la prepotencia de los dirigentes, de las enormes desigualdades, de la indignante pobreza de los pobres. Incluso la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, que tiene su despacho en el edificio de la Puerta del Sol que fue la Dirección General de Seguridad de la dictadura franquista, se atreverá a poner dos lonas en la fachada con el rostro de un considerado preso político de aquel país; ella, que se niega a poner un placa que recuerde a los miles de militantes, homosexuales y opositores políticos y morales que allí fueron detenidos y torturados.
Quizá veremos la portada de un periódico de referencia en el que el principal dirigente de ese país, entubado en un quirófano, pase unas horas debatiéndose entre la vida y la muerte. Una foto destinada a abrir los telediarios de todo el mundo como una gran exclusiva mundial que luego es sólo una “posverdad”, porque se trata simplemente de un paciente con parecido físico operado en otro país y que nada tiene que ver con el asunto.

Un jefe de Estado de un país democrático que no se legitima en el voto de la ciudadanía, que no tiene partido ni color político, debe ser especialmente cuidadoso en cómo establece sus vínculos y cómo representa a toda la ciudadanía con ideologías y comportamientos que se manifiesten dentro de la legalidad.
Ha pasado en ocasiones, por ejemplo con Teodoro Obiang, invitado por la Casa Real española coincidiendo con la muerte de Adolfo Suárez, que luego se desentendió de su visita. Hace unos años, cuando gobernaba José Luis Rodríguez Zapatero, Obiang aterrizó en España en viaje oficial. Entonces, un reportaje de Caiga quien Caiga, entrevistaban en la entrada del Congreso de los Diputados al líder del PSOE, Pepe Blanc. El reportero del programa intentaba que llamara dictador a Obiáng pero Pepiño se negaba a hacerlo y entró en un bucle en el que afirmaba que era el presidente de un país donde había una dictadura pero no se atrevió a llamarle dictador.
La doble moral de las élites españolas con las dictaduras que las benefician económicamente no es más que la misma cultura política que les ha permitido convivir con el franquismo político, cultural, académico y en general, sociológico, que ha pervivido en la España que recuperó la democracia tras la muerte del dictador. Asimismo, la capacidad de los grandes medios para mirar hacia otro lado, en esa perversa conjunción de intereses, dice muy poco de la penetración de una cultura de los derechos humanos en todos los ámbitos de nuestra sociedad.
La reactivación de enviados especiales que ha supuesto para el periodismo español el caso de Venezuela llama la atención. La visita de Felipe de Borbón y de nuestro ministro de Asuntos Exteriores, Alfonso Dastis, a la dictadura saudí, destinada a la venta de armamento para colaborar en las represivas políticas de aquel país, no ha formado parte de la conversación central de ninguno de esos medios pasivos que han dedicado muchas horas a rasgarse las vestiduras con Venezuela.
Los derechos humanos no pueden ser objeto de doble moral, si lo que pretende una democracia es democratizar el mundo y mejorar las condiciones de vida de quienes habitamos este planeta. Los vínculos económicos de la dictadura saudí con la monarquía española vienen de lejos y se esconden tras la opacidad con la que la familia Borbón ha gestionado su inmenso patrimonio privado. La visita de Felipe de Borbón no es más que la demostración del comportamiento medieval de la institución que representa y de que su cultura democrática es tan frágil como las inexistentes protestas o defensa de los derechos humanos que el monarca ha llevado a cabo en su visita oficial. Estos son mis derechos humanos, si impiden hacer negocio a las élites españolas, tengo otros.
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