Memoria de las víctimas

La historia utiliza como materia el pasado. También la memoria. Pero esta tiene una preocupación ética, hace una lectura moral del pasado, no solo quiere contar hechos preté- ritos, sino que busca el sentido de ellos para nosotros. Por ello, el que recuerda, de alguna manera se siente interpelado por la responsabilidad de ese pasado.

Es complicado hablar de la memoria, ya que es un término enigmático y peligroso. Y especialmente en España. Enigmático, porque tiene que ver con lo olvidado. Peligroso, porque nos hace ver sobre qué está construido nuestro presente, qué hay debajo de él, y lo que hay es mucho sufrimiento anónimo, el de las víctimas; y, por ello, es un concepto molesto. Para Walter Benjamín el progreso se construye sobre el sufrimiento humano, el de las víctimas; que no relatan ni cuentan los historiadores, ya que la historia la escriben los vencedores. Conocemos las pirámides por los nombres de los faraones, pero no el trabajo de muchos esclavos, sin los que no hubieran sido levantadas.


Los historiadores consideran pretenciosamente su disciplina como una ciencia auténtica. Mas, su relato del pasado resulta incompleto, al no poder acceder a todas las fuentes y pleno de subjetividad. Por eso, resulta paradójico su desprecio de la memoria por subjetiva y parcial. Para Santos Juliá: «La memoria es como aquellas sirenas que, por la dulzura de su música, y el encanto de sus velos pueden embaucar a historiadores que navegan por rutas desconocidas». Es tanta la prepotencia académica de los «historiadores» que las víctimas tienen que pedirles permiso para saber si su sufrimiento fue verdad o simplemente un espejismo.

Según Reyes Mate, la memoria adquirió su protagonismo al final de la II Guerra Mundial. Las víctimas de los campos de exterminio, al ser liberados dijeron «nunca más» y «memoria». Habían vivido una experiencia extrema, aquella fábrica de muerte, la forma más extrema de violencia, inimaginable y, por eso tan singular. Era una violencia impensable, pero ocurrió. Y cuando esto sucede aparece el deber de memoria. Y si ha ocurrido una vez, no está escrito que no pueda ocurrir otra vez. Ahí está: Srebrenica. La memoria, en definitiva, está impregnada de valores como la verdad, justicia y moralidad. Siendo esto así, sorprende en España el desinterés, cuando no el desprecio por la memoria histórica. La memoria debería ser unpacto de Estado. El contraste con el resto de Europa es desolador.

Al respecto son muy pertinentes algunas reflexiones. Evidentemente que son distintas la Guerra Civil y el Holocausto, pero en ambos casos hubo víctimas inocentes que piden justicia. Además la Guerra Civil fue el preámbulo de la Segunda Guerra Mundial y hubo un vínculo entre ambas. Lo específico del caso español es que, a diferencia de lo ocurrido en otros países, aquí el pueblo luchó, murió y mató por defender la República, es decir, por luchar contra el fascismo. Esto no ocurrió en Alemania, donde Hitler subió al poder a través de las elecciones. En Italia Mussolini hizo una entrada triunfal en Roma. En Francia, donde, con un ejército muy superior al español, la lucha contra el fascismo duró dos semanas. Esa es la gran diferencia entre España y Europa. En Europa como el fascismo fue vencido, se hizo posible un juicio legal a los criminales y el desarrollo de una memoria histórica. En España, sin embargo, la República fue derrotada dos veces: por el fascismo y por los aliados, como decía Indalecio Prieto, cuando pedía que los aliados liberasen plenamente a Europa del fascismo al final de la II Guerra Mundial.

Reyes Mate se plantea: ¿por qué no aplicamos en España a la memoria histórica el rigor y las consecuencias aplicadas en Europa a las víctimas tras la SGM? Pues, porque en España, según García Santesmases, se ha producido el olvido de la memoria republicana. Este proceso se inicia cuando los aliados deciden no intervenir en España. En ese momento ya el pasado no cuenta, el destino de España ya no se va a vincular a su pasado, sino hacia el futuro. La experiencia de la República ya no cuenta, lo que cuenta es otra cosa. Por un lado, la consolidación del franquismo, y, por otro, la aparición de una oposición antifranquista; pero lo común a los dos casos es el olvido. Ni el franquismo ni la oposición quieren saber nada de la República. Los dos grupos sociales plantean el pasar página. Y es comprensible que el franquismo lo hiciera. Pero ¿por qué la oposición tampoco quiso recordar? Esto es lo enigmático e interesante, porque esto explica lo que va a ocurrir luego en la transición democrática. Santos Juliá aduce que en los años 50 tuvo lugar ya la reconciliación de las dos Españas porque se encuentran luchando contra el fascismo hijos de los vencedores y de los vencidos. Es el gran argumento. España ya se ha reconciliado, ha superado su pasado en los años 50. «¡No vamos, en los años 70, a abrir un proceso ya cerrado!». La consecuencia de esta teoría de la reconciliación era callar las voces del exilio, argumento que se ha impuesto como un mantra en la Transición, lo cual es, además de una falacia intelectual, una brutal inmoralidad.
*Profesor de instituto

Fuente: elPeriodico de Aragón

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