
La
tesis invocada es conocida, aunque imprecisa y en extinción entre los
historiadores profesionales. ¿Fue de verdad España ese 'archipiélago
incontaminado' que la mitología franquista publicitó durante décadas?
Dos historiadores, los profesores Pablo del Hierro y Matteo Albanese, han publicado un libro –Transnational Fascism in Twentieth Century–
en el que socavan las bases de la narrativa del aislacionismo y
analizan las estrechas relaciones del dictador y las altas esferas del
nacionalcatolicismo con los movimientos neofascistas surgidos en Italia
–en realidad nunca llegaron a extinguirse del todo– tras la caída de Mussolini.
En
su obra, de momento sin traducción al español, Del Hierro, docente de
la Universidad de Maastricht, y Albanese, profesor en la de Lisboa, dan
cuenta de las conexiones al máximo nivel entre el Estado franquista y el
Movimiento Social Italiano (MSI),
el partido que reactualizó la ideología fascista para adaptarla a los
nuevos tiempos de paz y relativa prosperidad. En concreto, en la década
de 1950, Franco financió con millones de liras
–ambos historiadores llegan a documentar trasvases, en un solo año, de
más de 2 millones destinados a sufragar campañas electorales en Italia–
al MSI a cambio de que intercediera en la política romana en favor de la
dictadura y sus intereses. Y todo, en un momento en que España aún no
se había recuperado financieramente de las devastadoras consecuencias de
la política económica autárquica de la década anterior.

Por otra parte, ambos historiadores ponen el foco en un espejismo histórico
devenido en lugar común. El fascismo fue derrotado militarmente en
1945, pero la ideología fascista no. Lo explica Del Hierro: "La Segunda
Guerra Mundial se interpreta tradicionalmente como un turning point
clásico. Sin embargo, no todo fue cambio; numerosos elementos de la
Europa de entreguerras permanecieron inalterados, y la ideología
fascista constituye uno de estos casos". El fascismo perdió la guerra,
pero logró mudar de piel en un nuevo contexto internacional donde sus
ideas habían sido no solo aparentemente derrotadas sino también
proscritas.
"Los diplomáticos franquistas no solían dejar constancia de los pagos entregados a grupos neofascistas de otros países
Y fue precisamente en este ambiente celosamente refractario al fascismo de la pax europaea
en el que Franco, en contra de toda lógica aparente y de su propio
relato público, supo encontrar cauces para el entendimiento con los
grupúsculos neofascistas que trataban de medrar en la Italia gobernada
por la Democracia Cristiana. Unas conexiones –España no solo llegó a aportar dinero, sino que dio cobijo a viejos luchadores fascistas, entre ellos Mario Roatta,
jefe de los servicios secretos de Mussolini refugiado en España durante
casi 20 años– que no han sido sencillos de rastrear. "Los diplomáticos
franquistas no solían dejar constancia de los pagos entregados a grupos
neofascistas de otros países", explica Del Hierro. Su indagación por
archivos de seis ciudades, entre ellas Madrid, Londres o Washington, fue como "buscar una aguja en un pajar", aunque con gruesas diferencias dependiendo del lugar.
En España, la situación de los archivos históricos es un "drama", denuncia Del Hierro, que logró en el curso de sus investigación que la opaca Fundación Francisco Franco le permitiera acceder en algunos de sus fondos. El activismo de investigadores e historiadores contra
las restricciones impuestas desde hace años por parte del Gobierno no
ha dado sus frutos. "Los archivos", señala Del Hierro, "llevan años sin
recibir la financiación adecuada", y compara la situación en España,
Italia o Portugal con el paraíso anglosajón: "Allí la Historia se mima mucho".
Revisar la "sangrienta" Transición
La
íntima relación entre las redes ultras hispano-italianas se prolongó,
con altibajos, hasta los años 70. Tanto Italia como España vivieron una década convulsa
de cambios políticos y atentados terroristas de grupos de extrema
izquierda y derecha. Esta última fue la protagonista de muchos de los
más sangrientos, años de terror que en Italia se conocen como los de la
'estrategia de la tensión'; en España, en cambio, por la engañosa
cualidad de "mito intocable" que ostenta la
Transición, las acciones terroristas de estos grupos neofascistas
quedaron confinadas a un discreto e injusto (para las víctimas) segundo
plano.
En aquel contexto de pavor y amedrentamiento,
los vínculos entre los grupos fascistas italianos y la extrema derecha
española se estrecharon todavía más. La Transición española fue violenta
–a pesar de la costumbre académica de explicarla como un "proceso ejemplar y pacífico"
hasta hace muy poco–, y a esa violencia contribuyeron terroristas
fascistas italianos (el libro documenta esta conexión en algunos de los
atentados más duros y mediáticos como la conocida como matanza de los abogados de Atocha).
Un nexo crucial que, sin embargo, se apagó con el morir de la década.
Ya en los 80, en un contexto geopolítico y nacional diferente en ambos
países, la asociación fascista hispano-italiana finalmente desapareció.
Algo
más de 35 años después, en una Europa que regurgita los peores vicios
pasados de su olvidado siglo XX, estos dos historiadores –marcados a
fuego por el 15-M: "por la mañana íbamos al
archivo, por la tarde a Sol, donde mucha gente argumentaba la necesidad
de analizar la Transición más críticamente"– aportan su aliento
académico y su convicción, por qué no llamarla política, recogida en el prólogo del libro, de que "para prevenir el retorno del fascismo, es necesario entenderlo mejor".
Fuente: vozpopuli
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