La vieja canción de Joe Strummer y Mick Jones, la legendaria Spanish Bombs de los Clash
lo explicaba bien ya en tiempos de la Transición: donde hubo trincheras
para defender la libertad, sólo se veían discotecas. Esa era y aún hoy
es la sensación. Lo cual no quiere decir ni mucho menos que durante el
periodo que transitó de la dictadura franquista a la democracia no se
llevaran a cabo serios trabajos para recuperar la historia, y de paso la
dignidad y honor de aquellos que perdieron la Guerra Civil,
contrariamente a lo que pudiera parecer después del largo debate sobre
lo que se ha llamado Memoria Histórica y que siempre plantea aquélla
como asignatura pendiente.
No es cierto que haya habido
desmemoria, ni mucho menos. Todas las disciplinas artísticas e
intelectuales vienen ocupándose de la Guerra Civil desde que aconteció,
todas excepto quizás la arquitectura. Otra cosa bien distinta es que no
haya habido una memoria oficial o una política pública de memoria con un
enfoque democrático que reivindique la Segunda República y a aquellos
que lucharon por ella. No la ha habido más que como aspiración, plasmada
incluso en ley pero mantenida como aspiración por la fuerza de los
hechos, y quizás eso explique la ausencia en el debate del campo
arquitectónico tan pendiente siempre del encargo público.
A menudo
se establecen comparaciones con políticas de memoria pública que se han
desarrollado en países vecinos en relación a las guerras mundiales: la
denominación de calles y plazas, la construcción de monumentos, así como
museos y lugares de memoria. Y en efecto, surge una comprensible
envidia frente a la indigencia patria en la materia (salvo contadas
excepcione,s como la reconstrucción del Pabellón de la Segunda República
para la exposición internacional de 1937 en París, originalmente
construido por Josep Lluis Sert y Luis Lacasa, o el mas conmemorativo Fossar de la Pedrera de Beth Galí,
también en Barcelona), pero se omite el hecho crucial de que la nuestra
fue una Guerra Civil y fratricida. Esto último lo complica todo, como
es obvio recordar, y otorga un muy discutible sentido pendular, cuando
no revanchista, a ciertos enfoques y reclamaciones de políticas de
memoria pública sobre la Guerra Civil. La gran diferencia entre el resto
de países europeos y nosotros en esta cuestión es que allende los
Pirineos, las políticas de memoria pública se basan en un mínimo
consenso político y social previo, que posteriormente toma forma de
reconocimiento.
Un claro ejemplo de este enfoque pendular es la
recurrente polémica sobre qué hacer con el Valle de los Caídos, hasta el
punto de que algunos anden reclamando su voladura
a base de dinamita. Reclamar el uso de explosivos, convendrán conmigo,
no es la más acertada manera de comenzar la construcción de una política
de memoria pública basada en el consenso sobre la Guerra Civil. Por
otro lado, como explica el historiador Stéphane Michonneau,
"Convertir monumentos franquistas en monumentos de reconciliación no
funciona". Se plantea así la problemática necesidad de una memoria
democrática sobre la Guerra Civil y la Segunda República que sea
compartible y compartida, y con ella la construcción de sus símbolos y
lugares para no tener que heredar y transmitir exclusivamente aquellos
erigidos por el franquismo.
No se trata tanto de ver qué hacemos con el Valle de los Caídos, sino de ver cómo transmitimos la memoria de la República, la lucha por su defensa durante la Guerra Civil contra el fascismo.
Recientemente los medios se han hecho eco a su vez de la petición para la construcción de un Monumento en honor al Soldado Republicano
que el Comisionado del Ayuntamiento de Madrid estaría estudiando. A
simple vista recuerda procedimientos conmemorativos y tipologías de
monumentos de hace cien años, pero sin duda supondría un primer paso
hacia la necesaria construcción de un lugar de memoria dedicado a la
Segunda República, y a los que la defendieron, que fuera digno de tal
nombre. Un lugar de memoria no es un monumento. Un lugar de memoria no
es únicamente, aunque también, un lugar donde depositar flores, meditar u
homenajear, o donde hacer algo tan sencillo y necesario como llorar y
recordar a tus muertos y aquello por lo que lucharon, y este matiz es
importante: legítimamente. Un lugar de memoria es, o debería ser, algo
más: un lugar de investigación, debate y divulgación, un lugar de
conocimiento y transmisión.
El lugar de memoria del que hablamos
debería contemplar como mínimo un archivo histórico, estancias y
recursos para investigadores, lugares de exposición, debate, proyección y
difusión, y convendría que estuviera situado en una ubicación lo
suficientemente simbólica para poder acoger en efecto lugares de
recogimiento y meditación. Un lugar vivo, en suma, donde mantener viva
la memoria de la lucha por la libertad. En Madrid, la capital política y
administrativa del país y, por tanto, la mas adecuada de las ciudades
para acoger un centro de este tipo, la ubicación idónea sería el Puente
de los Franceses sobre el Manzanares, al final del Parque del Oeste,
lugar donde todavía hoy se encuentran vestigios de la heroica defensa de
Madrid, y que une el Cuartel de la Montaña -donde todo empezó- con la
Ciudad Universitaria y la Casa de Campo. Un lugar donde fácilmente se
pueden implementar itinerarios pedagógicos peatonales que van desde el
centro de Madrid hasta el antiguo frente de batalla.
La fundación y
construcción de un lugar con estas características supone una
conceptualización de la Memoria Histórica en positivo, lejos de visiones
pendulares mas pendientes de borrar los monumentos franquistas que de
perpetuar o reconocer la memoria de la República y de los republicanos.
En efecto, no se trata tanto de ver qué hacemos con el Valle de los
Caídos, sino de ver cómo transmitimos la memoria de la República, la
lucha por su defensa durante la Guerra Civil contra el fascismo y cómo
trabajamos por que ciertos hechos históricos, correctamente
contextualizados y explicados, ocupen el lugar que les corresponde no ya
en la historia de España sino en la de Europa.
Hace diez años, cuando se cumplía el setenta aniversario del inicio de la Guerra Civil, y coincidiendo con el concurso Celebration of the cities, una propuesta para la ciudad,
la Unión Internacional de Arquitectos (UIA) reconoció en dicho concurso
una propuesta de lugar de memoria para los republicanos españoles en
Madrid que fue expuesta en la Bienal de Venecia ese mismo año. Sería
deseable que hoy, el Ayuntamiento de Madrid u otra institución se
animara, coincidiendo con el ochenta aniversario de la Batalla de
Madrid, a convocar un concurso de arquitectura ambicioso que suscite el
necesario debate sobre dónde y cómo debe pensarse, diseñarse y
construirse la memoria republicana en el espacio público madrileño, un
lugar de memoria, un lugar para la memoria, un lugar de paz para un
tiempo de guerra.
Fuente: El Huffington Post
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