 El que fuera presidente de la agencia 
EFE, director de ABC y fundador de La Razón, Luis María Ansón, publicó 
ayer que el Centro Nacional de Inteligencia tiene informes sobre Pablo 
Iglesias. Lo verdaderamente significativo es que Ansón lo utilizó como 
amenaza: si Pablo continúa en posiciones rupturistas con el Régimen, 
cuestionando la transición y sus códigos, el CNI le hará la vida 
imposible. Si, por el contrario, agacha la cabeza, Pablo aspirará a una 
vida cómoda dentro del sistema político. Y donde decimos Pablo decimos 
todos los que son ideológicamente como Pablo, para que nos entendamos.
El que fuera presidente de la agencia 
EFE, director de ABC y fundador de La Razón, Luis María Ansón, publicó 
ayer que el Centro Nacional de Inteligencia tiene informes sobre Pablo 
Iglesias. Lo verdaderamente significativo es que Ansón lo utilizó como 
amenaza: si Pablo continúa en posiciones rupturistas con el Régimen, 
cuestionando la transición y sus códigos, el CNI le hará la vida 
imposible. Si, por el contrario, agacha la cabeza, Pablo aspirará a una 
vida cómoda dentro del sistema político. Y donde decimos Pablo decimos 
todos los que son ideológicamente como Pablo, para que nos entendamos.
Pero no nos confundamos. El régimen no 
es un sujeto, sino un marco institucional, unas reglas de juego, que 
genera privilegiados y perjudicados. Y esos privilegiados operan, de 
múltiples formas y rara vez con principios éticos, para que nada cambie.
 No podemos olvidarnos de que las cloacas del Estado, los lugares donde 
se gestiona la información más sensible, también son espacios de batalla
 política. Y que los medios de comunicación privados son eso, privados; y
 sus propietarios, a menudo grandes empresas, están muy lejos de querer 
una transformación real en nuestro país. Qué decir de los millonarios 
que son al mismo tiempo accionistas de grandes empresas y de medios de 
comunicación, con fuertes nexos en partidos políticos. No es una 
conspiración, simplemente son negocios. Cada sujeto defiende sus 
intereses, y los distintos intereses particulares de los privilegiados 
casan en el interés general de defender el régimen del 78. Las razones 
para esa defensa rara vez son ideológicas. La comodidad de las 
subvenciones, de los contratos con el Estado, de una cultura política 
caciquista pero estable y predecible… hay muchas razones por las que las
 élites de nuestro país prefieren que el régimen siga siendo el que es. 
Obsérvese, han podido saquear el país regalando dinero a sus amigos y 
recortando en la vida de los trabajadores sin que, aparentemente, nada 
haya pasado. En suma, es natural que vean un riesgo en las posiciones 
rupturistas que mantenemos.
Esto no es nada nuevo. En la historia 
del comunismo español y de IU lo conocemos muy bien. Las élites 
económicas han maniobrado siempre para hacer la vida imposible a quienes
 sostienen posiciones rupturistas. O, lo que es lo mismo, para alimentar
 las posiciones de orden dentro de nuestra organización. A Santiago 
Carrillo, que aceptó el rol de izquierda del régimen, le perdonaron 
todos sus pecados de juventud. Hoy hasta el PP lo reivindica como 
figura. Lo mismo sucedió con Nueva Izquierda, la corriente interna de IU
 que se oponía a Julio Anguita y que terminó casi íntegra en el PSOE. Y 
hace menos nos sucedió cuando intervenimos en la federación Madrid, que 
tenía una dirección corrupta y en la que muchos de sus líderes se 
turnaban en el palco con la oligarquía madrileña. Por cierto, algunos de
 esos expulsados ya piden públicamente el voto para el PSOE. En todos 
esos casos no pocos medios de comunicación construyeron relatos 
favorables a esa izquierda de orden. Y, naturalmente, 
contrarios a los representantes rupturistas. Los exiliados por el 
franquismo que se oponían a Carrillo eran unos radicales; Julio Anguita 
era un radical; la nueva dirección de IU es una radical… donde radical 
está connotado negativamente, como contrario al orden. 
Recordemos que Susana Díaz justificó la ruptura del acuerdo con IU por 
el «giro radical» que habríamos dado Maillo y un servidor. El régimen 
puede tolerar, y de hecho lo promueve, una izquierda que respete sus 
reglas; pero no tolera, no puede, una izquierda rupturista. Y aquí 
rupturista significa, permitidme la obviedad, ser consecuente con 
nuestras ideas; coherente con nuestros discursos y retórica. La 
izquierda de orden es aquella que decora sus discursos con 
grandilocuentes llamadas al socialismo para luego llevar a cabo 
prácticas ridículamente posibilistas y moderadas.
No obstante, la singularidad del momento
 actual se deriva de que históricamente las posiciones rupturistas en 
nuestro país siempre han representado un limitado espacio electoral, 
casi anecdótico. Sin embargo, ahora a los privilegiados les tiemblan las
 piernas cuando ven que el espacio político de Unidos Podemos 
está por encima del 20% de apoyo electoral. Por eso han actuado para 
evitar que tuviéramos influencia en un Gobierno, descabezando para ello 
incluso a un secretario general del PSOE. Es obvio, y hasta diría 
legítimo: van a hacer todo lo posible por fragmentarnos y por hundirnos.
 Cuando dispongan de información que pueda ser usada de forma tóxica, la
 usarán; cuando no la tengan, tratarán de hacer mella en nuestra imagen 
pública.
En el fondo, y esto es también 
relevante, estamos hablando de una expresión más de la lucha de clases. 
Puesto que la victoria bien de la izquierda rupturista bien de la izquierda de orden
 tiene implicaciones directa sobre las condiciones de vida de las clases
 populares y de las clases pudientes. El escenario político se presenta 
prometedor para la izquierda rupturista, pero no parece que vaya a ser 
una batalla fácil ni tampoco limpia.
Fuente: Alberto Garzón                        
                
                    
                              
        
        
                    
 
                   
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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