Cuando los circulos secretos se convirtieron en el eje del republicanismo en España

El siglo XIX fue uno de los períodos más turbulentos de la historia de España. Durante esta centuria se vivieron numerosos conflictos que afectaron a la vida de los ciudadanos de entonces y contribuyeron a la aguda crisis socio económica que acentuó aún más la inestabilidad política. Cansados de una reina “incapaz” (como llegaron a definir algunos coetáneos a Isabel II) y de la deriva autoritaria del Partido Moderado, las clases populares y una buena parte de la burguesía y del ejército habían posibilitado el triunfo de la Gloriosa. La revolución de 1868, que derrocó a la monarca, abría un nuevo episodio en donde durante seis años los españoles verían el ascenso y la caída de Amadeo I, y la proclamación de la Primera República Española. Aunque se ha escrito bastante sobre las causas que propiciaron esta evolución, sorprendentemente hay muy pocos trabajos que hayan incidido en el elemento que atrajo a muchos a la causa republicana.

 Amadeo de Saboya llegó a confesar que uno de los motivos que había propiciado su abdicación había sido la deriva filorrepublicana de algunos partidos y de buena parte de la sociedad española.

 

En una sociedad como la nuestra resulta inaudito pensar en un cierto ostracismo con respecto a nuestra realidad. Las redes sociales, por ejemplo, han hecho que podamos ser partícipes de todo lo que pasa en el mundo casi en tiempo real, incluyendo el surgimiento de nuevas formaciones políticas que se han valido de ellas para trasladar su mensaje y coger notoriedad. Sin embargo, el acceso a la información y la libertad para expresarnos o participar activamente no siempre ha sido tal. Si nos centramos en el Sexenio Democrático (1868-1874), podríamos decir que este período se caracteriza por hacer posible la participación política de amplios sectores populares. Frente al modelo sustancialmente oligárquico y muy restrictivo de época isabelina, la revolución que le puso fin hizo posible que una clase popular hasta el momento apartada pudiera hacer posible sus expectativas políticas y culturales.
La participación ciudadana en el devenir político no era algo totalmente atípico. Había habido precedentes anteriores como las famosas Cortes de Cádiz o las llamadas Sociedades Patrióticas originadas durante el Trienio Liberal (1820-1823), pero no fue hasta principios de 1868 cuando surgieron los primeros círculos teóricamente culturales o sociedades populares (a imagen y semejanza de los clubes europeos) que fueron sustituyendo a los cafés hasta entonces tolerados por las autoridades gracias a su naturaleza lúdica. Estos clubes funcionarían en principio como sociedades secretas de dimensiones reducidas que, con un cierto componente elitista, operaban en la clandestinidad con la clara intención de unir a los socios en la conspiración que acabaría propiciando el exilio de Isabel II en septiembre de ese mismo año.

La marcha de la reina establecería un punto de inflexión. Ya no era necesario aglutinar a las fuerzas de la oposición por encima de todo, ni tampoco esconderse amparados bajo la cobertura de la supuesta asociación legal. Pudiendo disfrutar de grandes libertades gracias a la eliminación de las medidas restrictivas en el terreno del asociacionismo, los clubes de este tipo (al igual que los periódicos) se multiplicaron. Habiendo triunfado la Gloriosa, los clubes políticos intentaron en primera instancia consolidar el triunfo revolucionario para, después, operar como espacios libres para la reunión, propaganda o aprendizaje político. En poco tiempo estos clubes (también autodenominados centros, círculos, ateneos o sociedades) estarían compuestos por individuos procedentes de todas las clases sociales que compartían un mismo objetivo: hacer realidad un nuevo modelo político.

Estos círculos, deliberadamente republicanos a partir de 1869, aglutinarían a políticos ya consolidados procedentes del antiguo ámbito demócrata-republicano, jóvenes que destacarían como tal en la última mitad del siglo XIX, la alta burguesía, la burguesía local, artesanos y obreros. Todos ellos, para pertenecer a un club en calidad de socios, debían estar dispuestos a defender y propagar los principios que constituían el credo republicano. Declarados partidarios de una República Democrática Federal, sus integrantes tenían que reunir otros requisitos tales como haber cumplido la mayoría de edad, pagar una cuota, disponer del aval de uno o más miembros de la sociedad y jurar el acta de admisión delante del resto de socios. Todo ello se contrarrestaba una vez dentro, ya que los miembros tenían el derecho de participar en la vida asociativa y cultural sin limitaciones.

Tanto los requisitos como las ventajas diferenciaban a los clubes republicanos de otras asociaciones recreativas en donde no se requería absolutamente nada para gozar de charlas amenas. Sin embargo, la clave estaba en el nivel de compromiso. Un socio pasaba a ser parte de un complejo organismo fundamentado en una junta directiva, unos estatutos y una identidad, siendo el club el espacio en el que un miembro se nutría de otro al intercambiar conocimientos y en donde se daban a conocer las prácticas políticas democráticas. Asimismo estos centros ayudarían a canalizar las aspiraciones y demandas sociales de sus miembros a través de conferencias sobre temas políticos e históricos, y con lecturas públicas de libros o prensa política. Tornándose indispensables para un sector social que parecía haber estado abocado a la marginación socio cultural, se convirtieron en la alternativa perfecta de las tabernas en donde muchos despilfarraban su tiempo y dinero. No es de extrañar, por tanto, que los clubes ayudaran a que la afiliación republicana y la movilización política se incrementaran.

 A pesar de sus logros, la vida de los clubes republicanos fue efímera. Fueron elementos capitales en la articulación de la cultura republicana y uno de los principales medios de acción propagandística en donde se planteaban las necesidades de una España que superara su pasado más reciente y ayudara en la consolidación de un nuevo régimen que excluyera definitivamente a la Monarquía. Pero a pesar de contar con apoyos cada vez más contundentes, los partidos políticos (en su mayoría monárquicos) no se planteaban romper totalmente con el sistema imperante. Por ello, considerando que el republicanismo incitaba al radicalismo de las masas, los sectores más moderados aprovecharon un pronunciamiento fracasado para desmantelar la organización republicana y la estructura de los círculos. No pudiendo superar ese golpe, y teniendo en contra la desconfianza de algunos de los más notables dirigentes republicanos, los clubes se verían sumidos en una larga etapa de decadencia en favor de organismos menos autónomos y mucho más dependientes.

Fuente: queaprendemoshoy.com

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