El poderoso ministro de Gobernación y luego de Asuntos Exteriores plasmó su gestión en memorias que han atravesado por diversas versiones, directas o indirectas. Entre unas y otras existen numerosos cambios. A veces. un tanto minúsculos. Otras, de tono grueso. Casi siempre sorprendentes. Quien tergiversa de un momento a otro no inspira confianza. Sobre todo cuando están en juego intereses significativos (deseo de pasar a la Historia con una cierta imagen, necesidad de autoexculpación, etc.). Nunca se subrayará lo suficiente que en lo que al franquismo se refiere hay que andar con pies de plomo al abordar los recuerdos y testimonios de sus protagonistas. Es preciso pasarlos por un cendal crítico y mucho más en este caso. Algo que, bien o mal, intento hacer en este blog.
Muchos
de los mitos propalados por Serrano perduran, quizá porque es imposible
contrastar algunas de sus afirmaciones. Ningún memorialista fiable
estuvo en las reuniones que tuvo en Berlín. Tampoco en Hendaya ni en
Berchtesgaden. De entre sus acompañantes Tovar no escribió nada. El
barón de las Torres mintió en lo que se refiere al famoso encuentro de
los dictadores. Es incluso difícil saber si en sus presuntos últimos
recuerdos Serrano continuó fabulando o lo hizo su entrevistador. En la
duda, hay que utilizar críticamente la evidencia primaria relevante de
época.
Cuando esto se hace Serrano aparece como un auténtico precursor de la
versión que sigue todavía propagándose en España sobre la “hábil
prudencia“ de Franco. El exministro no se encerró en una actitud
negacionista, como la dictadura, sino que supo soltar balasto para defender lo esencial.
En ello, y poniendo en juego toda su autoridad como actor y
memorialista, fue uno de los máximos adelantados en suministrar una,
aparentemente, sólida base a la versión que constituye en la actualidad
la ortodoxia neo y para-franquista.
A la hora de “deconstruir” su narrativa, lo primero a tener en cuenta es
que desde muy temprano Serrano mostró un desmedido interés por labrarse
una imagen adecuada. Se dedicó a ello, inteligentemente, desde los
meses que siguieron al final de la segunda guerra mundial. Continuó en
la primera versión de sus memorias cuando en 1947 se preocupó de
subrayar que, “con la pura verdad –verdad limpia y sin jactancias,
depurada de leyendas mixtificadoras-“, lo que se proponía era justificar
sus actos de gobierno tal y como fueron.
Treinta años más tarde argumentó que en aquella ocasión no pudo decir
toda la verdad. Tenía razón. La publicación de las cartas que Franco le
escribió a Berlin (y que dio a conocer en 1977) no habría dejado al
dictador bajo la mejor luz y así, desde su primera salida pública,
Serrano terminó confesando cosas que no cabía ignorar ya que era
previsible que en algún momento verían la luz los documentos alemanes de
que se incautaron los aliados[1].
Para precisar los orígenes y la congruencia de la estrategia que
Serrano puso en marcha es necesario acudir ante todo a la evidencia que
llegó a los británicos inmediatamente después del segundo conflicto
mundial. Que sepamos, ninguno de sus hagiógrafos o panegiristas lo ha
hecho. Tampoco el último por ahora de ellos, Ignacio Merino [2].
Siempre reconoció el exministro que no podían defenderse todos y cada
uno de los mitos creados en torno a la “no beligerancia” española por
la propaganda de la dictadura. Su estrategia estribó en dar
migajas de evidencia a cuenta gotas y que llevaran a los historiadores
del futuro a la conclusión con la que quería que su imagen quedase
fijada. Lo más importante era defender el núcleo fundamental: fue preciso ser amigos de Alemania porque, de lo contrario, los nazis habrían invadido España. Este núcleo inspiró antes y continúa inspirando hoy las distorsiones neo y para-franquistas.
Obviamente Serrano no previó que en los archivos militares españoles
pudieran hallarse documentos que permitiesen arrojar dudas sobre sus
versiones, particularmente en lo que se refiere al año crítico que fue
1940. Es probable que tampoco le inquietara que, tarde o temprano,
documentos españoles pudieran compararse de forma sistemática con los
que figuran en los archivos británicos, alemanes e italianos. En 1977 se
sorprendió de que uno de los papeles cruciales hubiera desaparecido de
los fondos del Ministerio de Asuntos Exteriores.
Quizá se tratase de una sorpresa fingida porque lo cierto es que no
solo desapareció el documento por el cual España se adhirió al Pacto de
Acero y prometió adherirse al Tripartito sino que también
desaparecieron los papeles de casi todos los niveles importantes del
Ministerio generados durante su gestión. En los años de la
Transición y posteriores Antonio Marquina denunció este escandaloso
hecho en múltiples ocasiones. Es algo que no he constatado en ningún
otro caso en los archivos de política exterior de la dictadura y que no
tiene paralelos, que conozca, en ningún otro país europeo occidental. Spain is different.
Bajo la apariencia de memorialista escrupuloso Serrano se construyó
toda una leyenda. Franco no se opuso, pero es inevitable que se
examinara antes en El Pardo con sumo cuidado [3].
Como muy tarde, debió de ser entonces cuando Franco apreció los
“recuerdos” de su cuñado (sumamente ortodoxos en relación con los mitos
franquistas sobre la República y la guerra civil hasta el punto que hoy
causan vergüenza). Posiblemente pensaron ambos que serían un arma de
contrapropaganda muy útil en el período del “cerco”. Algo después
apareció en francés la versión para el extranjero de sus memorias [4].
Era una época en la que a la dictadura se la contemplaba en el
exterior como un último residuo del fascismo pero con respecto a la cual
en el seno de los Gobiernos británico y norteamericano se habían
producido –y continuaban- tensiones internas y bilaterales respecto a
cómo tratarla. De cara al exterior todas las dificultades se
encubrieron con la declaración de los “Tres Grandes” (US, URSS y Reino
Unido) del 2 de agosto de 1945 por la que ninguno de ellos abogó a favor
de la entrada de España en las recientemente establecidas Naciones
Unidas.
Durante un cierto período ulterior británicos y norteamericanos
mostraron acercamientos y discrepancias en torno a cómo lidiar con
Franco, cuya posición internacional siguió sin ser demasiado agradable,
aunque tampoco fue tan desesperada como se ha pretendido. No es un tema
que toque abordar aquí. Cualquier vistazo, por somero que sea, a las
múltiples declaraciones públicas de Franco muestra el agónico deseo de
presentar su comportamiento en la guerra recién acabada como “modelo”
(sic) de neutralidad, algo que “no es un regalo que suele hacerse (…)
sino un respeto que el propio país se gana con su prudencia, su firmeza y
el peso de su propio poder” [5].
En torno a la leyenda que se fabricó Serrano Suñer (III)
En torno a la leyenda que se fabricó Serrano Suñer (IV)
En torno a la leyenda que se fabricó Serrano Suñer (V)
En torno a la leyenda que se fabricó Serrano Suñer (VI)
En torno a la leyenda que se fabricó Serrano Suñer (VIII)
En torno a la leyenda que se fabricó Serrano Suñer (IX)
En torno a la leyenda que se fabricó Serrano Suñer (X)
Y a vivir que son dos días.
En torno a la leyenda que se fabricó Serrano Suñer (II)En torno a la leyenda que se fabricó Serrano Suñer (III)
En torno a la leyenda que se fabricó Serrano Suñer (IV)
En torno a la leyenda que se fabricó Serrano Suñer (V)
En torno a la leyenda que se fabricó Serrano Suñer (VI)
En torno a la leyenda que se fabricó Serrano Suñer (VIII)
En torno a la leyenda que se fabricó Serrano Suñer (IX)
En torno a la leyenda que se fabricó Serrano Suñer (X)
(Continuará)
Autor: Angel Viñas
Fuente: Ángel Viñas
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