Documento / Crónica de la represión de julio de 1936 contada por un republicano escondido
Las anotaciones de un vecino de Vilachá encontradas en 2006 en la aldea de Estrumil revelan los tiempos y los usos represivos en una zona del sur de Lugo durante los primeros días del golpe de Estado
Maldito diario:
“En estos días tenemos a la vista la triste nueva de
haber sido muerto también en Castro de Rei el compañero Dositeo Pérez
Fernández… fue alcanzado por un proyectil que le atravesó el cráneo
dejándolo muerto instantáneo. Una vez reconocido el cadáver por los
mismos resultó ser un antiguo amigo del mismo que lo mató, diciéndoles a
los demás allí mismo que había matado a un amigo, y muy contento, pues
decía este criminal ‘¡Qué se joda!’. ‘Para nosotros el matar es un
honor’. Pues este criminal es el conocido despilfarrador Amieira de
Villaesteba (Saviñao). Pertenecía a la Banda Negra de Monforte. Le dijo
un día de estos a un vecino hablando de los crímenes que hacía todos los
días: ‘Mira, tu suegro es gordo, pero seis más gordos todavía los
dejamos tirados como seis cerdos en la carretera, y aún tenían bastante
dinero, que éramos cuatro y nos tocaron a veinte y tres duros y una
peseta y tres reales, y algunos botones de oro”.
Este es uno de los relatos de los tiempos y los usos
de la represión en una zona del sur de Lugo durante los primeros días
del golpe de estado fascista de 1936. Los escribió uno de los
perseguidos desde el escondite en el que logró refugiarse, en la casa de
unos parientes lejanos, de filiación monárquica. Allí, a lo largo de
mes y pico, fue apuntando lo que había visto y lo que le contaban que
estaba pasando. Después de ese tiempo, logró escapar, pero el manuscrito
quedó en la casa, en la aldea de Estrumil, parroquia de Sobreda,
municipio de O Saviñao. No se descubrió hasta 2006, al realizar obras de
reforma en el edificio. “Los papeles los encontró un constructor que
había contratado mi madre para arreglar un muro de la casa. Fue junto a
ella con los papeles y le dijo: ‘Acabo de encontrar el tesoro de Sierra
Madre”, dice Miguel Rodríguez, el miembro de la familia propietaria de
la casa de Estrumil que se ha encargado de conservar el diario. El
escondido se llamaba Manuel y era vecino de Vilachá, una aldea de Castro
de Rei de Lemos, una parroquia del Ayuntamiento de Paradela. Miguel
Rodríguez aventura que pudo ser incluso miembro de la corporación
republicana de Paradela (un municipio atravesado por el camino de
Santiago, cuyo censo no alcanza ahora los dos mil habitantes y en 1930
apenas superaba los cinco mil) porque usó papeletas del censo electoral
para escribir la crónica con la que conjuró el horror. 20 hojas de
21,5x16 cm que encabezó con el título El terrorismo faccioso en
Castro de Rey (Paradela) desde el día 18 de julio de 1936, día en que
estalló el movimiento revolucionario faccioso, cuyo contenido fue transcrito en su mayor parte en el número 38 de la revista LUZES.
Su valor, más allá de la aportación histórica, estriba en las
circunstancias y en la perspectiva de su escritura. El del testigo de
los hechos que quiere dejar constancia de ellos, y los describe con la
narrativa popular de un cuento de invierno, aunque el uso del papel y el
idioma oficiales le contagie a veces alguna expresión burocrática. Esa
voluntad de crónica se refleja en el título y en que comience contando
el histórico intento, el 20 de julio, por parte de contingentes
republicanos, ferroviarios de Monforte, artesanos y labradores de otras
poblaciones del sur de Lugo, de ocupar la capital y restaurar el orden
legal. Allí se encontraron con una encerrona de fuerzas del ejército y
la Guardia Civil, que se habían desplegado siguiendo en teoría órdenes
del gobernador civil, que ya había sido hecho prisionero. “Al hacer la
retirada varios ya fueron asesinados por las hordas facciosas y Guardia
Civil, no pudiendo hacer uso la mayoría de estos de los coches que antes
les habían llevado, siendo tiroteados varios coches que les cuadraba
pasar por sitios donde había Guardia civil... Otros muchos al salir de
Lugo tuvieron que pasar el rio Miño a nado”.
Manuel de Vilachá se había quedado a medio camino, en Sarria, para
defender la legalidad republicana en esa villa. Pero “con las armas de
que disponían, que eran solo escopetas y pistolas, era imposible
defenderse de los máuseres y ametralladoras que por momentos entraban en
Sarria... y se fueron retirando amparados por el astro de la noche,
pues varios coches con Bandera Bicolor llenos de fascistas y Guardia
Civil se hacían dueños del pueblo”. El manual del perfecto golpista
indica que hay que descabezar a las autoridades civiles. En 1936, lo de
descabezar no era figurado. “[El alcalde de Sarria, Antonio Páramo] se
encontraba en su casa de O Lázaro en compañía del Presidente del Comité
de Castro de Rei Don Julio López González y algunos otros compañeros,
dos guardias municipales a la puerta en evitación de atentados, cuando
se presentaron otros dos municipales requiriendo al Sr. Alcalde que les
acompañara a un asunto que le convenía, y desde luego muy cerca. Estos
guardias eran de los que habla ingresado el Sr. Páramo durante su
gestión, los creía tener toda confianza. Y éste ya se disponía a
acompañarlos cuando el Presidente del Comité de Castro de Rei se dio
perfecta cuenta de que el Alcalde de Sarria iba a ser víctima de
aquellos dos miserables y este dijo ‘Antoñito no salgas que te quieren
matar’, pues en efecto no salió gracias al camarada de Castro de Rei y
al momento comprobaron que era verdad que le querían asesinar y entonces
estos dos municipalillos con otros del fascio se situaron delante de su
casa subidos en árboles de espeso ramaje para poderle asesinar, pero
compañeros leales vigilaron la marcha de los pistoleros antes citados, y
entonces el Alcalde se tiró por una ventana, por la parte opuesta de su
casa que daba a una huerta”. Los golpistas pondrían precio a la cabeza
de ambos: tres mil pesetas por la del alcalde, mil por la del presidente
del comité. Acabarían cobrando las dos.
La persecución no solo alcanzaba a los cargos políticos. En una sociedad
rural, la mayoritaria entonces en Galicia, donde prácticamente todos se
conocían, no hubo guerra civil, sino una depuración sistemática. A
veces selectiva y en ocasiones, generalizada. “Muy cerca se oían fuertes
descargas que al momento hemos visto en el alto de la Peña Veitureira y
sus cumbres inmediatas que estaban llenas de revolucionarios con armas
de guerra, desplegaban guerrilla haciendo descargas cerradas de fusil
sobre las matas que encontraban; al mismo tiempo que vemos esto, aparece
la nutrida caravana de autocamiones que venían a su servicio en los que
portaban cañones y ametralladoras, pues según informes estas fuerzas
procedían, las de Artillería, de Ferrol, y las de Infantería de Lugo y
Coruña y nutridas Centurias de Falange. Estas fuerzas siguieron hasta
[el campo de] la Feria, partiéndose grupos de fascistas por los pueblos
en sus burdas diligencias de saqueo y maltrato a las gentes humildes.
Al pasar por el pueblo de O Pereiro, allí entraron en la casa de Don
Julio G. Teijeiro que, después de llevar todo lo que les dio en gana,
procedieron al destrozo de casa y muebles y loza y batería de cocina,
convirtiendo la casa del citado Señor y Doctor en un cuadro de ruinas, y
desprecios hasta con sus caseros, yendo a unirse con la otra partida de
insurrectos al Campo de la Feria, pues allí entonces en la Casa del
Alcalde de Paradela, don José López Armesto, industrial en el citado
Campo de la Feria.... que también saquearon el comercio y todo lo que
tenía, que entre otros artículos: botellas de licores, conservas,
galletas, cafés, azúcares, vinos tostados y rancios, bacalaos y
panecillos y el vino que tenía en bocois [barriles de unos 500
litros], y después de beber lo que les dio en gana se pusieron a tiros a
los envases y lo vertieron por el suelo. También tenía este Señor para
el arreglo de su casa una decena de gallinas más o menos y se las
mataron guisándolas allí mismo, en que luego salieron casi todos
borrachos, pues para mejor hincharse y llevar para sus casas anduvieron
casas del pueblo robando lacones y chorizos como hicieron en todos los
pueblos por donde pasaban… Fue grande cosa la conducta del derrotado
Candidato Sr. Saco Rivera y su criado asesino O Carrozas, ensañándose
porque este pueblo consciente de sus deberes le derrotó en todo el
Municipio en las últimas elecciones, pues se creía que teníamos
obligación de darle el voto, pero fue todo lo contrario, por eso vino
ensañarse y comer las gallinas del Alcalde… Así ha sido la conducta del
ex -Diputado Saco y sus compinches, tal fue la borrachera que allí mismo
asesinaron a un compañero de la Falange, que le hicieron un disparo en
la garganta y otro en el pecho, lo que quisieron ocultar pero las
mujeres de Mosteiro Vello lo vieron claro y los niños”.
Lo que describe Manuel de Vilachá no son precisamente unas tropas
militares que conquistaban territorios, o un nuevo orden impuesto por la
fuerza que se deshacía de sus rivales con simulacros de juicios. Eran
bandas de facinerosos (alguno con pasado republicano) en gran parte sin
mucha más carga ideológica que el odio al rival político y el amor a sus
propios intereses, despertados y espoleados por saberse imbuidos de un
poder absoluto. “[quitaban] a las gentes obligadas y amedrentadas lo que
bien necesitaban en sus pobres hogares, la mayoría de ellos, unos con
huevos, otros carnes, dinero y corderos, que tenían allí un rebaño de
unos doscientos y todos los días se comían uno o dos y lo mismo lacones,
chorizos y mantecas; allí se hinchaban ellos y sus agregados que todos
los días era un festín, que algunos ya no comían nada en sus casas, pues
allí había para todos, de comer y dinero, solo hacían grandes pilas de
sacos con centeno, patatas, judías y otras cosas que lo que no podían
comer lo vendían y guardaban para ellos, de esto buena tajada, también
iba para los jefazos de Sarria que de acuerdo con ellos se llenaban los
bolsillos, así que ellos los recogían como donativos para el frente y el
frente lo eran ellos, pues algunos bien de cerca tenían en su casa
deuda por valor de más de mil pesetas, esto según persona bien
enterada... prestó réditos e hizo beneficios a cuenta de robar
republicanos”.
Pero el latrocinio no ocultaba las tragedias. El sur de Lugo fue, según
la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, la zona más
castigada por la represión en los primeros días del golpe. Entre los
asesinatos que narra el diario está el del presidente del comité
republicano de Castro de Rei, al que “según le llevaban delante le
hicieron varios disparos a espaldas. Fueron grandes los lamentos de
aquel hombre para que le dejasen en libertad, y ellos se reían los
miserables: que en medio del monte le dejaron sin vida, echando sangre a
borbotones, y, luego que esto cometen, se marcharon muy contentos que a
preguntas de sus jefes si le habían detenido contestaron muy
orgullosos: ‘Sí lo hemos prendido, pero al poco de venir con nosotros
tropezó y no se levantó, y entonces nosotros le dejamos; que le levante
su familia si quiere’… De la misma manera procedieron con el médico del
vecino Ayuntamiento de Incio, conocido por ‘O Pequeniño’, hombre noble,
honrado y republicano, muy apreciado del público, por sus buenos
sentimientos y como médico muy listo y compadecido del pobre, siendo una
gran pérdida general tanto por su persona como por sus dotes
científicas” (Manuel Díaz, ‘O Pequeniño’, que había sido informante de
Gregorio Marañón, fue sin embargo arrastrado cinco kilómetros de la cola
de un caballo antes de ser rematado).
Los últimos hechos recogidos en el diario escondido
son siempre asesinatos: “…y una vez que tal hecho consumaron estos
criminales llegan muy contentos al cuartel de Pacios, o sea, de
Paradela, contándolo a sus jefecillos y entonces le dicen al cocinero:
‘Un lacón máis ó pote que xa hai outro porco morto’. Y qué bromas ellos
no se gastaron por aquel muerto y otros más, contando los matadores como
clamaba y gemía. En fin, que mucho más tenía que detallar este hecho
pero me da pena describirlo y lo mismo otros nuevos detalles que en
verdad debían figurar en este memorial, pero otros habrá que lo harán”.
Así finalizó su relato el cronista oculto, porque no pudo o quiso contar
ya más desmanes, o porque consiguió acabar con su encierro. Porque
Manuel de Vilachá logró salir de allí y sobrevivir. Quizá para que,
cuarenta años después, la vida diese un punto de giro.
Manuel sobrevivió en A Coruña, entonces un lugar mucho
más lejano de Paradela que los 150 kilómetros de distancia física que
hay entre los dos lugares. No tenía denuncia alguna sobre sí, y se sabe
que trabajó en el bar de la estación de ferrocarril, y que tuvo dos
hijos. Como la mayoría de los vencidos, no debió hablar mucho de su
pasado, ni de su ideología. Los dos hijos ingresaron en la entonces
Policía Armada. Los descendientes de la casa de Estrumil que habían dado
cobijo a Manuel en aquel verano de 1936 también crecieron, y no
precisamente en la devoción monárquica familiar. En el verano de 1975,
poco antes de la muerte de Franco, los dos policías intervinieron en la
detención de dos hermanos de Miguel Rodríguez, Xan en Monforte y Ángeles
en Santiago, acusados de pertenecer al FRAP (Frente Revolucionario
Antifascista y Patriota). “Los dos hijos de Manuel nunca supieron que
habían detenido a miembros de la familia que había ocultado a su padre”,
comenta Miguel Rodríguez. “Cuando murió Manuel, les perdimos la pista, y
él nunca lo supo o no se lo debió decir a ellos”. El tiempo pasa, el
miedo no.
Diario de un escondido. Luzes.
Autor: Xosé Manuel Pereiro
Fuente: ctxt.es
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