Oyendo a Marcos Ana en su documental, leyendo el
acerado artículo de Juan Vallejo sobre la decadencia y la corrupción
galopante en la universidad burgalesa y muchos otros estudios y acciones
y reacciones recientes, lo que dicen o callan “nuestros representantes”
parece claro que el hecho de que un dictador desaparezca no significa
que una dictadura acabe así, de un plumazo.
Basta oír las palabras del nuevo monarca llamando a un
pueblo machacado y con sus abuelos en fosas comunes no remover el
pasado. O sea a que todo siga igual. Esas instituciones que como decía
el autor de “Decidme como es un árbol” no han cambiado prácticamente un
ápice desde la dictadura, solo en la superficie pero siguen estando
manejadas y formadas por los mismos o sus descendientes.
No es de extrañar que todavía salgan, en ciudades como
la nuestra, esos ramalazos caciquiles en los Ayuntamientos y hasta en
los centros de trabajo y estudio.
Ciudades de periódico único, miedo a la discrepancia
e instituciones que apenas se renuevan sin dejar cadáveres en el
empeño. El libro de Alejandro Tiana “Las misiones pedagógicas”
(Editorial Catarata) nos habla de uno de los muchos proyectos culturales
y educativos inacabados de la Segunda República, un proyecto muy
interesante que nació incluso antes que ésta. Una de las muchas
ilusiones por reformar una España empobrecida, una misión nada eclesial
que secuestró la dictadura de ese señor que sigue en el devocionario de
muchos políticos españoles en el poder .
No ha habido transición, porque transición significa
cambio, y sólo hubo un pacto triste e indoloro que causó mucho dolor y
sigue causando indignación. Porque no se puede secuestrar el pasado sin
que el presente se construya sobre una gran y frágil mentira, una
mentira que se puede convertir en una estatua o en el discurso de un rey
anacrónico.
Las Misiones Pedagógicas, apoyadas entre otros muchos
por gente como Lorca, María Teresa León o Miguel Hernández, trataron de
llevar la escuela y los libros a las zonas rurales más desfavorecidas de
una España incomunicada, esa España vacía de la que nos habla Sergio
Molino en su interesante estudio sobre la inmigración en el interior de
la península.
Gracias a los que nos gobiernan la cultura (o lo que
ellos llaman cultura) va a volver a ser cosa de elites bilingües con
pensamiento único bien preparadas para trabajar en el extranjero ya que
los trabajos de pobres ya los haremos los españoles de a pie o, en su
defecto, los inmigrantes que no protesten por un salario cada vez más
bajo. En fin. Hubo conatos apresurados y algo chapuceros de reforma
educativa en los primeros tiempos del gobierno socialista, abortados
porque los directores de los centros educativos seguían siendo
franquistas de pro sin ganas de mover un dedo para que entrara ni un
soplo de aire fresco.
La cosa no llegó muy lejos. Ahora ni siquiera se
intenta reformar nada sino volver a las clases de religión, moral
católica y potenciar la educación para la empresa, la rivalidad, el
engaño y la competitividad. Cosas como la filosofía, las humanidades, la
literatura etc. no parecen rentables ni, en absoluto, imprescindibles.
Por ahí se recorta. Para saber asaltar bancos ahora hay que saber
informática no electrónica. Entender de discos duros y claves secretas.
Triste panorama cuando se retira la homofobia de la
educación para la ciudadanía y se utilizan expresiones tan necias y
vacías de contenido como “ideología de género” con estos curas machistas
que son los de siempre pero quieren parecer modernos y hasta hablan de
“teoría queer” como quien ha oído campanas y no sabe cuándo ni dónde.
En el Diario de Méndez vemos una suerte de comunión
entre la Prehistoria y la Era Digital característica de nuestros tiempos
y en concreto de una universidad de enchufismos, bajo nivel cultural,
nombramientos a dedo y profesores a la antigua usanza. Si falta
inteligencia, ponemos millones. Al contrario de lo que se piensa la
falta de inteligencia queda aún más en evidencia con estos millones, las
tasas universitarias suben y se disparan, la gente sin recursos no
puede estudia o acabar la carrera y muchos van al mercado laboral a la
baja porque no les queda otro remedio. Que importa entonces lo que
Felipe VI llama “las viejas heridas” de cara a un currículo académico
dedicado a amasar fortunas, no a formar personas, no a conocer la
historia. Si alguno investiga más de la cuenta el pasado histórico o el
presente imperfecto lo quitan del medio.
El futuro está en manos de mediocres con muchos
intereses en su haber. Y eso da miedo. Las excepciones brillan y nos dan
auténtica esperanza pero como han demostrado algunos políticos o
artistas salidos de las aulas nos ha tocado una generación de gente que
ha vendido sus sueños al mejor postor, la cultura a los carroñeros del
antiguo régimen. Con todo, en esta caja de pandora, la esperanza se hace
fuerte y las resistencias se multiplican allí donde intentan ser
sofocadas o silenciadas , porque ahora más que nunca cada gesto, cada
mano solidaria, cada posicionamiento es decisivo para un futuro
habitable.
Autor: Eduardo Nabal
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